“Los escritores famosos envejecen mal, llenos de soberbia y achaques”, afirmó Vargas Llosa en 1981 refiriéndose a Jorge Luis Borges, objeto de su admiración y análisis en Medio siglo con Borges, su último y publicitado libro. Con ya 84 años, 10 desde la concesión del Premio Nobel, y siendo el único superviviente del Boom hispanoamericano, al narrador peruano no se le puede aplicar su propio aforismo. Tiempos recios, su más reciente novela, denota en su calidad, documentación e interés una vocación literaria que los años no han conseguido menoscabar. Sin embargo, este buen envejecimiento en la narrativa no es aplicable a las obras de naturaleza periodística o ensayística que, como la que nos ocupa, Alfaguara periódicamente publica con el irresistible reclamo de Vargas Llosa en la portada. Al tándem obtenido si le sumamos el nombre de Borges y teniendo en cuenta los momentos de deleite y felicidad lectora que ambos artistas latinoamericanos han prodigado en generaciones y generaciones, lo esperable es un duelo de alta envergadura entre dos concepciones contrapuestas pero hermanadas de la literatura. Tras las solapas encontramos, sin embargo, una propuesta un tanto deslavazada formada por un poema, dos entrevistas, dos conferencias, un capítulo de un libro previo y tres artículos, que, a lo largo de los 50 años a los que hace referencia el título, el novelista arequipeño ha escrito. Dado que prácticamente ninguno de estos materiales es inédito y que no han sido complementados con ninguna interpretación ni juicio adicional, la recopilación solo parece justificada por afán comercial y de tributo al maestro argentino.
Este es la pieza que, en cierta medida, engarza a Hemingway, Faulkner y Joyce con la generación novelística del Boom, fue el responsable de ensanchar las bases de la tradición hispanoamericana para que estos posteriormente pudieran aterrizar favorablemente en ellas y creó un nuevo estilo, una nueva forma de escribir, que, aunque ni Vargas Llosa ni sus contemporáneos siguieron, sirvió para hacer del castellano una lengua más versátil, más sintética y más apta para nuevas formas de leer y escribir. Por todas estas razones, cualquier estudio sobre el escritor porteño resulta necesario y relevante. Dada la magnitud del personaje que en este caso lo aborda, simplemente era de esperar más.
A pesar de ello, la sensación que produce ser testigo de a un joven Vargas Llosa entrevistando en su casa a Borges, el respeto reverencial que muestra el primero y los inteligentísimos requiebros con los que el segundo busca quedar por encima del alumno aventajado constituyen una lectura enjundiosa para cualquier amante de la literatura hispanoamericana. Resulta casi de sueño, o de justicia poética, que Mario Vargas Llosa le planteé al argentino la poco original pregunta de qué cinco libros elegiría para llevarse a una isla desierta y este elija enciclopedias, libros de filosofía, por supuesto la Biblia, pero ninguna novela ni ningún libro de poemas. “Y en cuanto a la poesía—contesta Borges—, que está ausente en este catálogo, eso me obligaría a encargarme yo, y entonces no leería versos. Además, mi memoria está tan poblada de versos que creo que no necesito libros. Yo mismo soy una especie de antología de muchas literaturas”.
El capítulo sin duda más valioso y con mayor afán de interpretación, Las ficciones de Borges, abunda en esta concepción que hasta el propio autor de El Aleph tenía de sí mismo. Vargas Llosa coincide con otros críticos en la capacidad del porteño para expandir la tradición cultural del español y romper “un cierto complejo de inferioridad que, de manera inconsciente, inhibía al escritor latinoamericano de abordar ciertos asuntos y lo encarcelaba dentro de un horizonte provinciano”. Borges pone a Latinoamérica a jugar en las grandes ligas de la cultura occidental, el lugar que por derecho de idioma y de historia merece gracias a que “no era un escritor prisionero por los barrotes de una tradición nacional” y a la revolución que le infringe a la prosa en lengua española. Los mejores párrafos del libro son aquellos en los que el arequipeño reflexiona sobre la predisposición natural hacia el exceso que el castellano había tenido antes de Borges y cómo eso lo hacía apto para lo emotivo y lo concreto en detrimento de lo intelectual y lo abstracto. El estilo preciso, conciso y, no obstante, poético del bonaerense hizo según Vargas Llosa “inteligente” al español. Esta renovación estética fue tan profunda que muchos autores de esta lengua han vivido ahogados en su incapacidad de encontrar un estilo propio y no deslumbrado por los fuegos de artificio borgianos.
Realmente y tal como el autor del libro confiesa, Borges y él parten de posiciones temáticas y estéticas contrapuestas: “pocos escritores están más alejados que él de lo que mis demonios personales me han empujado a ser como escritor”. Probablemente debido a ello, hay dos ejes de discusión en torno a los cuales orbitan los capítulos: por qué Borges desprecia la novela, dado que ha cultivado los géneros restantes, y la aparente falta de actividad y compromiso político, así como de sexualidad y presencia femenina, tanto en su obra como en su vida. Vargas Llosa sostiene que al autor de Ficciones le molestaba la inclinación realista de la novela y la confusión que en ella hay de la totalidad de experiencias humanas, donde lo meramente especulativo y artístico, así como el desarrollo de sus abundantes tesis literarias o filosóficas, no tenían cabida. Resulta, asimismo, sorprendente cómo para el Mario Vargas Llosa filocomunista de su juventud, las lecturas de Borges eran un pecado secreto, ya que su obra no encajaba con la militancia literaria que para autores como Sartre cualquier acto escrito debía tener. El argentino encarna un arte por el arte donde lo ideológico queda al margen de sus escritos, pero no en un envejecimiento lleno de contradicciones puestas de manifiesto en la conferencia Borges, político. En la etiqueta donde le gustaba definirse, “anarquista spenceriano”, subyace tanto un rechazo a los totalitarismos de mediados de siglo y a su odiado peronismo, como cierto desprecio a la instauración de la democracia en una América Latina a la que no juzgaba preparada para ello. Si bien el argentino se manifestó más próximo a los Aliados que al Eje, con quien Perón flirteaba durante la Segunda Guerra Mundial, en los 70 no tuvo problemas en dejarse agasajar por Pinochet y mostrarse partidario de la Junta Militar en su país natal, hechos que, sin lugar a dudas, acabaron por costarle el Nobel que su obra merecía.
Numerosos libros ya clásicos como el Borges de su amigo Bioy Casares o incluso el programa Borges, por Piglia, que este otro escritor dirigió y presentó con maestría y que se encuentra disponible en Youtube, aportan una visión mucho más rica y erudita para interpretar y gozar aún más de una obra tan compleja y rica; con ellos solo se pierde el valor del cara a cara con Vargas Llosa y el intimismo que este en ocasiones destila en su libro al intimar con el mejor escritor en español del siglo XX.
Medio siglo con Borges
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2020
112 páginas, 17.90 €