Cuatro vertiginosas ediciones se han sucedido de El hijo del chófer, desde que las principales voces del progresismo nacional jalearan la puesta de largo de este libro inclasificable. Su autor, Jordi Amat (Barcelona, 1978), lleva más de un lustro siendo una crítica voz de la conciencia catalana, un Pepito Grillo de sólida formación filológica e histórica que disecciona los devaneos de la cultura, la sociedad y la política de aquel lado del Ebro sin abandonar su faceta periodística. Obras como La conjura de los irresponsables o Largo proceso, amargo sueño. Cultura y política en la Cataluña contemporánea son documentos de primera magnitud para aproximarse con rigor y sin frivolidades a la evolución histórica y cultural reciente de esta región en su contexto europeo. Con El hijo del chófer, Amat abandona el Procés y sus alrededores para descender en su escala de trabajo y acotar su investigación en la figura de Alfons Quintà, uno de los personajes más inquietantes y oscuros de la Transición y el desaforado protagonista de este complejo relato de no ficción.
El desconocimiento general que tenemos de Quintà —periodista, conseguidor, chantajista, primer director de TV3 y a la postre asesino— da valor a este texto y dice mucho de lo débil que fue el discurso pactista y bondadoso que se construyó desde Barcelona sobre la Transición. En muchas de las costuras, y costurones, con que se tejió el pacto constitucional y el levantamiento de la nueva Cataluña autonómica, nacionalista y pujolista, estuvo Alfons Quintà jugando sus cartas con reportajes, artículos y exclusivas en beneficio propio. El hijo del chófer es, por tanto, un duelo de periodista a periodista —Amat vs Quintà—, que el primero describe con acierto en su nota de autor como “desagradable” durante su redacción. En una esquina del cuadrilátero, Jordi Amat sumergido en múltiples fuentes (que no aporta ni apenas nombra) y modelando un género insólito en nuestro país, el relato periodístico, que bebe de Emmanuel Carrère y Éric Vuillard, y que pretende ser leído como una novela, aunque carece de sus formas, su ritmo y su estructura. Por tanto, el autor no cuenta, sino que cuenta lo que explica, y es que El hijo del chófer pretende alumbrar una época que fue sin duda oscura, pero se nos mostró con iluminación impostada. Acierta Amat al decir que “contar lo que explico es moralmente discutible, pero al mismo tiempo socialmente necesario”, acierta también con el tono mesurado y directo, lejos de lo académico; no lo hace con la acumulación de hechos y la magnificación maniquea y deforme del personaje que imposibilita el experimentar cualquier tipo de empatía con él. Ambas debilidades hacen flaquear en ocasiones la lectura y hacerla un tanto tediosa por redundante y superflua en algunas líneas.
En la otra esquina pugilística, se encuentra la biografía excesiva y cruel de Alfons Quintà, un nudo gordiano donde se cruzaron en los años 70 y 80 intereses económicos, periodísticos y políticos, tres polos de poder entre los que siempre acababa destacando Jordi Pujol, verdadera presencia de este libro en todos sus giros, y némesis, aliado y de nuevo némesis de Quintà. Según una estructura clásica, la narración se construye como el ascenso, estrellato y caída de este. Muy interesante resulta lo primero, cómo se crio en las faldas de Josep Pla y su círculo personal, dado que su padre, Josep Quintà, fue el hombre de confianza del eminente escritor, él chófer que inspira el tan acertado título del libro. Según una tesis de la que tal vez Amat abusa, Quintà hijo crece en lo personal, profesional y político por abierta enemistad y complejo hacia la entrega de su padre al Camelot de Pla y el desprecio de este hacia su propia familia. La red de fuentes y chantajes con la que el hijo del chófer escala en el reverdecer de la autonomía catalana constituye las mejores páginas del libro. La intrahistoria de la Operación Tarradellas, el baile de los intereses económicos barceloneses desde el franquismo reformista al nacionalismo de derechas y el papel del hijo del chófer en toda ello resultan tan sutiles y transformadores como el corte y la sutura del mejor cirujano plástico. La corrupción del presente es la corrupción del pasado, las élites económicas mutaron del franquismo al autonomismo parapetadas tras el mayor corrupto, Jordi Pujol: si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie, la máxima de El gatopardo se instaló en los despachos y redacciones de Barcelona.
Pese a su gran difusión y su indudable interés, no es este un libro para cualquier público. Su arquitectura de no ficción y el que no se oculte nada para ir cebando el interés del lector pueden generar estupefacción en quien tiene la novela como su referente. Sin embargo, para los interesados en la política y en las batallas, pugnas y rivalidades que hay en las trastiendas del poder, El hijo del chófer supera en rigor, calidad y originalidad a todos sus competidores. Por supuesto, es también la lectura necesaria de los devotos de esa labor en crisis permanente que es el periodismo; evoca una época dorada donde el cuarto poder era el cuarto poder.
El hijo del chófer
Jordi Amat
Tusquets, 2020
256 páginas, 18.50 €