En la línea donde luz y oscuridad quedan confundidas en las cuevas y donde los pintores de la Prehistoria trazaban las primeras formas artísticas de la humanidad es donde Elvira Valgañón (Logroño, 1977) ubica los trece relatos de su nuevo libro, al que en consonancia titula Línea de penumbra. No es esta línea tangible, sino la metáfora de las emociones y deseos confusos de personajes y lectores que a través del género del cuento alcanzan cotas para la sugestión y el conflicto tan sutiles como embriagadoras. Esta autora y traductora ya mostró su maestría en estas lides con Invierno, una obra sorprendente, única en nuestro panorama reciente por el trazo certero y sensible de quienes lo habitan y su capacidad para encauzar tramas y argumentos muy trillados hacia nuevas formas de melancolía y belleza. En Línea de Penumbra Valgañón mantiene el tono contenido y próximo que en ocasiones despunta hacia el lirismo y su gusto por los personajes desengañados, inocentes o incluso marginados, pero redobla su apuesta literaria al sacar a sus lectores del ruralismo familiar de Invierno al más mundo distante y cosmopolita de la pintura.
Estas trece historias se inspiran, de una forma o de otra, en trece obras pictóricas que recorren una personal historia del arte con inicio en esas cuevas del Auriñaciense, final en Francis Bacon y paradas en el Bosco, Caravaggio o Hopper, todas ellas representadas en una edición muy cuidada. Valgañón pone a prueba el principio de unidad de las artes del que hablaban los románticos explotando los nexos entre la pintura y la literatura de distintas formas. Muchos de los cuentos exploran la propia génesis de los cuadros, el contexto personal donde fueron creados, y se basan en tramas que abarcan más que a los propios pintores a otras personas de su entorno: el ayudante de Hans Memling ensimismado con una prostituta-modelo, los celos y miedos de la esposa del Bosco, el dolor por la viudedad de Giovanna Tornabuoni. En otras ocasiones cuanto late en el cuadro sirve de excusa para explorar sucesos reales de mayor duración donde el cuento se confunde con la crónica, como por ejemplo la decadente vida de George Dyer, el gánster y amante de Bacon al que tantas veces el artista irlandés retrató, o una sorprendente revisita del mito de Jasón y los argonautas a través de la pionera película de 1963 y los infortunios de su protagonista. Con cualquiera de estas fórmulas, el efecto sugestivo que Valgañón logra en casi todas estas historias es notable y se manifiesta en el interés inmediato que siembra en el lector por saber más del cuadro, el pintor o el retratado.
La influencia del romanticismo como movimiento artístico es evidente en múltiples facetas narrativas de la escritora riojana, tales como el desamor como fundamento de muchas tramas o el gusto por la naturaleza, el medievalismo y la brevedad, pero el guante más pesado que Valgañón recoge de este movimiento es el resto de describir lo pintado con palabras. Lo emprende sin pretensión, pero con desparpajo y sobrada documentación, pero lograr desde la narrativa un libro sinestésico, o más difícil todavía, trece sinestesias donde la lengua logre reclutar en palabras las sensaciones plásticas y visuales de un lienzo resulta una meta imposible. Ello no empaña la agilidad de unos relatos sólidos que conducen a un deleite, no tanto plástico, como intelectual y humano, dado el trazo vibrante con que el interior de los personajes es sugerido y la belleza por la que la lectura transita. Pese a algún cuento menor, especialmente el primero, que espero no espante a ningún lector, Línea de penumbra constituye un auténtico regalo por su originalidad y, al mismo tiempo, sus mimbres clásicos, una galería de arte en ciento sesenta páginas.
Línea de penumbra
Elvira Valgañón
Pepitas de Calabaza, 2020
160 páginas, 16.50 €