En 2018 y en plena ofensiva del movimiento #MeToo una agria controversia atizó las entonces calmadas aguas chilenas a costa del que probablemente es su hijo más ilustre, Pablo Neruda. Una moción parlamentaria pretendía poner su nombre al aeropuerto de Santiago, sin embargo, grupos feministas y de izquierdas se opusieron alegando una supuesta violación descrita por el propio poeta en sus memorias. Esta anécdota, hoy olvidada tras los recientes disturbios en el país andino, ilustra el difícil acomodo que la figura del autor de Residencia en la tierra tiene en su patria si se intenta compatibilizar la enorme magnitud del artista con las contradicciones y excesos del hombre. Ahí justo es donde Jorge Edwards construye esta breve historia que combina con equilibrio notable la ficción, la autoficción y el recuerdo, y es que el ya muy veterano novelista —88 años— fue amigo personal de Neruda y también su secretario en la embajada del país austral en París. Es fácil reconocer lo coincidente entre los dos escritores y tal vez por ello la voz del narrador que el propio Edwards asume se levanta desde una admiración cómplice, pero también diferencias como la adscripción política —comunista convencido el primero, liberal el segundo— o la vivencia sexual, que, en ambos casos, constituyen motivos recurrentes de conflicto en Oh, Maligna. Y es que el momento vital narrado es una juventud donde el pseudónimo Pablo Neruda con que firma sus poemas va adueñándose del resto de su vida y enmascarando el nombre de Ricardo Neftalí Reyes con que fue bautizado. Ello no ocurre en su país natal, sino en Extremo Oriente, Rangún y Colombo, donde es enviado como cónsul honorario y transcurre su tormentosa historia de amor con la birmana Josie Bliss, musa, némesis, recuerdo de juventud y verdadero eje argumental del libro, que destila sensualidad y contradicción en la ficción que Edwards perfila a partir de estos cimientos verídicos.
Dicho suceso lo podemos encontrar como material poético de primera magnitud en Tango del viudo, poema escrito en 1927, y en un capítulo con idéntico título de Confieso que he vivido, las famosas memorias del poeta publicadas en 1974, un año después de su muerte. La lectura de todo ello revela la admiración y el tributo que el autor de Oh, maligna les rinde y que son apreciables en las múltiples referencias, la adjetivación y, en ciertas ocasiones, incluso el estilo; pero también que son su fuente principal, junto con experiencias propias de la mano de su amigo y recuerdos contados por este, que se intercalan en la trama principal. Con todo ello, el premio Cervantes de 1999 retuerce el concepto de ficción al construir una narración y un personaje a partir de la poesía de un hombre fidedigno, pero que alcanza el nivel de mito en el mundo hispano. Dice Julio Ramón Ribeyro que la historia de un cuento si es real debe parecer inventada, y si es inventada, real. Jorge Edwards ignora este precepto de su contemporáneo y construye unos personajes excesivos en sus gustos y decisiones, que no parecen hechos de carne y hueso ni tampoco de palabras, sino de cartón piedra. Así, esta lectura alcanza sus más altos vuelos cuando el protagonista menos aparece, especialmente en los magistrales capítulos finales donde se narra su muerte y entierro en pleno golpe militar contra Allende.
Sin embargo, no es esta la primera ocasión en que el narrador chileno se embarca en un libro de estas características, pues ya ha novelizado la vida de figuras como Montaigne, su compatriota Enrique Lihn o incluso el propio Pablo Neruda a través de la pseudobiografía Adiós, poeta… de 1990, de la que Oh, maligna parece un apéndice más ligero y personal. Algunos quieren ver en ambos libros un intento por desmitificarlo y derribar el culto irracional, que le promueve nombres de aeropuertos y al que su ingente obra y el Partido Comunista auparon, al reivindicar sus dudas y debilidades de hombre y que no nació poeta, sino que poeta se hizo. Para este crítico es todo lo contrario, una forma brillante de seguir alimentando la leyenda en estos tiempos de Twitter y personalismos, donde si a alguien se le admira es también por conocer sus entresijos, en especial si en todos ellos lo que habita es la poesía.
Oh, maligna
Jorge Edwards
Acantilado, 2019